El Relativismo Destruye
la Unversidad

Paulina Cerdán

La misión de la universidad sobrepasa los tiempos y las modas.

Por inglés, haga clic aquí.

En 1967 San Josemaría pronunciaba en el campus de la Universidad de Navarra una homilía que 53 años después continuaría inspirando los corazones de estudiantes de todo el mundo. “Allí donde están vuestros hermanos, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo” cerca de la Biblioteca y bajo el cielo de Pamplona decía aquellas palabras que han llevado a cientos de jóvenes deseosos de encontrar ese “algo” santo, a viajar miles de kilómetros para convertirse en embajadores de la verdad. Un mensaje que no tiene temporalidad, que nos saca de la comodidad, de la tibieza y la imprudencia y nos lleva a conducirnos audazmente.

La historia nos recuerda que en coyunturas de oscuridad, han sido aquellas personalidades hondas las que han señalado certeramente hacia dónde era preciso seguir caminando. En un mundo en el que pareciera que no hay solidez, resulta un tanto extraño pero esperanzador encontrar un sitio en el que hay una unidad de vida, llena de finura y coherencia, que adquiere un relieve distinto.

El relativismo ha implicado la destrucción de la juventud, y con ello de toda cultura vital, sin la cual la Universidad misma acaba por responder a una encrucijada. San Josemaría entendía que no podían prescindir de esa fuerza espiritual básica. “Hay que hacer muchas cosas grandes, pero para hacer cosas grandes se necesitan jóvenes encendidos, cabezas claras” –decía en otra ocasión. Y es cuando caminas por los pasillos de la Universidad, de los Colegios Mayores, de cada rincón, que es posible darte cuenta que realmente pensó hasta en el más pequeño detalle. San Josemaría sabía que la vida universitaria es para los jóvenes, para los maestros y para todos los que la conforman, apostolado, y que ese apostolado es luz, generosidad, constancia, profundidad en el estudio y amplitud en la entrega.

Su visión trascendente le llevó a avizorar que la energía espiritual que precisa hoy la Universidad debe rechazar la ambigüedad, el conformismo y la cobardía. El amor a la verdad compromete la vida y se sostiene incluso ante una sociedad que nos quiere hacer creer lo contrario.

Son realmente pocas las universidades que no han perdido la vocación universitaria, que la viven con tal apasionamiento y autenticidad. Y es que ante un mundo de apariencia hedonista, la Universidad no puede lastimar más a los jóvenes, mismos que estarán frente a los quirófanos, frente a la política, las decisiones económicas, los laboratorios, las aulas. Su grandeza estriba en la convicción de que el amor es la fuente de todo saber y la íntima energía que alimenta la enseñanza. Se necesita de un corazón centrado, que abra a la posibilidad de entender el mundo. No se podría siquiera hablar de “Universidad” cuando la transmisión del conocimiento no se fundamenta en este amor apasionado al mundo. Un universitario no se puede limitar a las inquietudes de su entorno académico, no puede perder contacto con la vida.

Con la gracia de Dios, tú has de acometer y realizar lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera.

La Universidad de Navarra abre aquellas perspectivas insospechadas, despierta fuerzas y contribuye a aligerar el miedo ante un futuro incierto. Entiende que la juventud es artífice de una realidad verdaderamente buena, en lo pequeño y en lo grande, en la unidad y la universalidad. Que supone poner los talentos al servicio de los demás, pero sobretodo donde yo he podido entender que el valor no es ausencia de miedo, sino saber que hay algo más importante que el miedo. No hay día en que no pase por la ermita de la entrada sin que no me de cuenta que estoy en el lugar que debo estar. No es coincidencia que las historias de tantos jóvenes de tantas naciones se crucen hoy en busca de un ese “algo” que te da la Universidad de Navarra, que la hace diferente.

Amar libremente la verdad: este es el meollo de la vida universitaria. Porque los jóvenes estamos no para destruir, sino para construir; no para seguir a las masas, sino para marcar las pautas. Para conciliar la preocupación por los grandes problemas con el cuidado de los detalles, sin pretensiones academicistas, a cuerpo limpio, con la fe por delante, con una alegría que mueve rigideces. Quizás por eso hoy algunos nos hemos decidido por Filosofía, Política y Economía (PPE), porque no queríamos que la interdisciplinariedad fuese un simple lema decorativo, porque nos enriquecernos de nuestras culturas, de nuestras circunstancias, y raíces. Hay un profundo deseo de verdad, sabemos que el mundo afuera necesita de nuestro potencial, que no “somos uno más” y que queremos llevar algo verdaderamente valioso, empapados en un verdadero espíritu universitario.

¿Que si ha valido la pena? Estoy convencida de que estar aquí va más allá de un papel, de un libro, incluso de la misma belleza del campus. Vale la pena rodearse de personas que te cambien el panorama, y con este empuje, liarse en cosas que hacen mucho bien. Porque cuando un estudiante desempeña con amor hasta lo más intrascendente de las acciones diarias, rebosa de la trascendencia de Dios, hace de nuestra vida un testimonio, ese es el el mensaje de San Josemaría, que se respira y que se vive si estás dispuesto a transformar lo ordinario en extraordinario.

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Paulina Cerdán es una estudiante en dentro de la Universidad de Navarra, una universidad de alto nivel (con Oxford y Cambridge).

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